Una suegra que vale un riñón

Aragón

 

 María Rosa del Río le donó un riñón a Alberto, su yerno. Ella asegura que ver a la pareja feliz lo compensa todo. Guillermo Mestre       

María Rosa del Río se ha ganado el título de mejor suegra de Aragón (y probablemente de España) al haberle donado un riñón a su yerno. El gesto, más allá de lo anecdótico, vuelve a poner en valor las donaciones. 

 
Érase una vez una suegra buena, que quería a sus yernos y a sus nueras, y que intentaba hacerles la vida más fácil. De hecho, estaba dispuesta a alegrarles la vida con algo más que tuppers de croquetas que, todo sea dicho, también ayudan. Esta suegra, que vivía en Barbastro y se llamaba María Rosa, convirtió esta historia en una de esas realidades que, a menudo, superan la ficción.

María Rosa del Río, una gallega que lleva más de tres décadas afincada en Aragón, le hizo a su yerno el regalo que hace ya muchos años le hizo a sus propios hijos: la vida. Y lo logró donándole un riñón y consiguiendo que, por fin, el marido de su hija dejase la diálisis y volviera a disfrutar de esas pequeñas cosas que da la salud.

Todo empezó hace ya 30 años, cuando nació Alberto. Desde ese momento, los médicos detectaron que uno de los dos riñones del pequeño no funcionaba, algo que no fue un problema al principio. Alberto creció y conoció a su actual mujer, que no es otra que la hija de María Rosa, Begoña, con la que llevan ya 15 años de relación.

Cuando Alberto tenía 20 años, su único riñón útil empezó a fallar y, en 2007, con solo 23 años, tuvo que comenzar la diálisis peritoneal. El tratamiento, que se aplicaba en casa y por las noches, le permitió llevar una vida relativamente normal, pero no evitó que, en 2009, tuviera que someterse a un trasplante de un donante cadáver en Barcelona, donde habían tratado su caso.

“Ese trasplante fue mal desde el principio -recuerda Alberto-. Hasta un mes más tarde el riñón no empezó a funcionar, y salí del hospital bastante flojo. Los siguientes años fui tirando, pero ya con la conciencia de que la cosa no iba bien”. Alberto siguió trabajando, se casó con Begoña y el tiempo fue pasando. Hasta que, un día, los problemas llamaron otra vez a su puerta.

En septiembre de 2013, comenzó de nuevo la diálisis (esta vez en el hospital Miguel Servet), y poco a poco toda su familia empezó a darse cuenta de que Alberto necesitaría un riñón nuevo.

María Rosa sufría viendo a su hija y a su yerno luchar de nuevo contra la enfermedad, y una idea comenzó a abrirse paso en su cabeza: ¿y si le donaba ella el órgano que necesitaba?

“Recuerdo que una noche, en la cena, les dije a mi marido y a mi hijo pequeño que estaba pensando en algo. Creo que no se esperaban que fuera eso. Se lo expliqué y bueno, solo me dijeron que era una decisión personal, y que pensara si estaba dispuesta”, recuerda. “Pero es que yo ya estaba decidida”, recalca.

Después, se lo dijo a su hija y, enseguida, a Alberto. Ahora que todos sabemos que tuvo un final feliz parecen lejanos los miedos y las expectativas que esta familia sintió. Ellos aseguran que volverían a pasar por todo, pero fueron meses de incertidumbre, pruebas y esperas.

“Cuando me enteré sentí una mezcla de sorpresa y alegría. Era consciente de que había que mantener la calma, porque no sabíamos si éramos compatibles”, recuerda Alberto. María Rosa, además, también quiso dejarles clara una cosa: su gesto no era una deuda ni una cláusula para el futuro de la pareja. “Lo hice porque quiero a Alberto y a mi hija. No hay nada que pagar, porque ver que son felices, que pueden viajar y disfrutar, y que tienen un futuro juntos es el mejor pago. Y tampoco quiero que si las cosas van mal entre ellos esto suponga una carga en el futuro”, insiste.

Milagrosamente compatibles
A partir de ese momento, comenzaron sus visitas al hospital. María Rosa deseaba en su fuero interno que su riñón fuera el que acabase recibiendo su yerno, pero esto a veces no es posible.

Al no ser madre e hijo o familiares directos, suelen reducirse las tasas de compatibilidad, y en ocasiones se apuesta por la donación cruzada entre una o varias parejas. Es decir, el riñón de María Rosa podría ir a un receptor desconocido y Alberto, a su vez, recibiría el órgano de la pareja de ese receptor. Alberto no tenía muchas más opciones entre sus familiares directos: su padre sufrió una enfermedad que le impide ayudarle, su madre falleció y no tiene hermanos.

Será porque los astros se alinearon, o porque los deseos de María Rosa eran lo suficientemente fuertes para cumplirse, pero lo cierto es que las pruebas dictaron sentencia: aunque es raro sin lazos más estrechos, ellos eran totalmente compatibles. “Solo una prueba salió regular y tuvo que repetirse, pero a pesar de todo, ella (su suegra) confió hasta el final en que al repetirla de nuevo saldría bien, y así fue”, dice Alberto.

El pasado 13 de marzo, el equipo del Miguel Servet liderado por el doctor Álex Gutiérrez y los especialistas de Nefrología del centro sanitario lograron, una vez más, arrebatarle años a la muerte. La noche anterior, en la misma habitación, toda la familia contaba los minutos para que los dos pasaran por la intervención. A primera hora llegó la despedida y, unas ocho horas después, la felicidad.

Un gesto que tuvo premio
Desde entonces, todo ha ido bien. María Rosa volvió a trabajar en cuanto se recuperó y pudo hacer las labores que tiene asignadas en la residencia donde trabaja. Alberto, por su parte, notó una diferencia abismal con el trasplante anterior: el regalo de su suegra era de calidad superior, y su riñón empezó a funcionar la misma noche de la operación. Ambos viven al día, sin ningún problema de salud, y María Rosa, que ya tenía un hijo (político) más, puede presumir de que este lleva también una pequeña parte de ella.

Además, su gesto tuvo premio. Hace apenas un mes, un programa de radio decidió buscar a la mejor suegra de España, y el marido de María Rosa mandó un mail a la cadena contando su aventura. Después de una reñida final, en la que el sambenito de las malas suegras quedó bajo mínimos, María Rosa se hizo con el título… y 2.000 euros de premio.

 
Fuente:. Heraldo.es

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