Durante décadas, los pioneros de los trasplantes se enfrentaron a un problema que parecía irresoluble. El cuerpo que recibía un órgano de otra persona, en lugar de aceptarlo como a un salvador, lanzaba todas sus defensas contra esa injerencia externa. El sistema inmune reconocía que las moléculas en la superficie de las células del nuevo órgano no habían sido producidas por los mismos genes que el organismo que debía defender y lo trataba como a una invasión infecciosa cualquiera.
A partir de los años 50, se empezaron a desarrollar tratamientos para suprimir esa respuesta hostil del sistema inmune y en 1970 el descubrimiento de laciclosporina, un potente fármaco inmunosupresor, convirtió los trasplantes en una posibilidad médica viable. Acallar al sistema inmune fue un gran éxito, pero no llegó sin contraprestaciones. Los trasplantados que toman estos medicamentos, privados de sus defensas, sufren más infecciones, problemas cardiacos o algunos tipos de cáncer.
En el King’s College de Londres, la investigadora española María Hernández Fuentes trabaja para limitar estos efectos secundarios en los trasplantes de riñón, los más comunes. Como directora del equipo de investigación clínica del centro de trasplantes del Consejo de Investigación Médica, busca marcadores biológicos que ayuden a diseñar un tratamiento inmunosupresor adaptado a las características de cada paciente y trata de detectar a un porcentaje de trasplantados, que pueden llegar al 15%, que podría ahorrarse los fármacos sin problemas.
PACIENTES REBELDES
El primer proyecto del equipo de Hernández-Fuentes, para identificar a las personas que no necesitarían inmunosupresores, requirió encontrar a pacientes rebeldes que no tomaban los fármacos que les habían recetado. “Estos pacientes tolerantes son personas que dejan de tomar la inmunosupresión y no pierden el trasplante”, explica Hernández-Fuentes. “Son difíciles de identificar, porque han desobedecido las indicaciones de los médicos, pero gracias a nuestra relación con médicos en varios hospitales los hemos podido encontrar”, añade.
Una vez identificados, una pequeña muestra de sangre servirá para realizar un análisis genético y buscar qué formas de expresión de esos genes están relacionadas con la posibilidad de saltarse el tratamiento sin consecuencias. En estos momentos, Hernández-Fuentes y su equipo buscan validar los marcadores para identificar a las personas que no necesitarían inmunosupresión.
El segundo proyecto en el que trabaja Hernández-Fuentes es el de buscar marcadores que permitan prever un rechazo agudo de un trasplante. “Ahora, la inmunosupresión es un poco como matar moscas a cañonazos”, apunta la investigadora del King’s College. “Si mejoramos en la predicción de rechazos agudos, podríamos individualizar más la inmunosupresión”, sugiere. Con una mejor información genética, por ejemplo, sería posible buscar variaciones individuales en el metabolismo de ciertos fármacos, porque igual que hay comidas que a unas personas les engordan más que a otras, el efecto de los medicamentos tampoco es igual en todo el mundo.
Hernández-Fuentes llegó por primera vez a trabajar en Reino Unido en 1998, después de acabar en España su tesis doctoral. Después de una larga experiencia en aquel país, de varios intentos fallidos de volver a través del programa Ramón y Cajal y de comparar su trayectoria con compañeros que se quedaron en su país, la investigadora no tiene claro si le gustaría regresar. Aunque le costó más establecerse que a sus colegas de España, una vez que lo ha logrado, cree que tiene mejores posibilidades en Londres.
“La universidad española es muy estática, no hay un mecanismo para que un grupo crezca o decrezca dependiendo de las posibilidades de financiación o el interés del proyecto”, apunta. “Una vez que se ha establecido un grupo, permanece prácticamente estable hasta que las personas se van jubilando”, añade. “Aquí la estructura dentro de la universidad es dinámica y, por ejemplo, lo que antes era un departamento de una división, puede ser luego una división entera”, cuenta.
Hernández Fuentes durante una conferencia (YouTube)
También observa diferencias en las facilidades para obtener dinero de distintas fuentes. Además de una beca del Gobierno británico, la investigadora española ha tenido financiación de una fundación privada. “Aquí muchos grupos viven mitad de fondos públicos y mitad de privados”, indica. “El problema en España es que tampoco se facilita que desde la universidad se pida dinero a instituciones privadas”, opina.
MÁS COOPERACIÓN
Además de la capacidad para adaptarse a las necesidades de cada momento de los centros de investigación, en su campo de trabajo concreto, Hernández-Fuentes echa de menos más cooperación entre los médicos que trabajan con pacientes en los hospitales y los investigadores básicos como ella que desarrollan los tratamientos con los que en el futuro esos médicos podrán curar a los enfermos.
“En España somos los campeones en el mundo de trasplantes, pero yo solo podría volver a tres sitios para investigar”, explica Hernández-Fuentes. En su opinión, pese a lo avanzado de la faceta clínica de los trasplantes, la investigación no se ha tratado con el mismo mimo. Uno de los motivos puede ser que “la formación científica de los médicos es muy mala”.
“Hay pocos médicos que hacen tesis doctorales y los que las hacen es en malas condiciones”, añade. En Reino Unido, sin embargo, “hay toda una vía de formación diferenciada para los médicos que quieran hacer investigación y la investigación clínica está perfectamente integrada dentro de los hospitales”. Por último, según Hernández-Fuentes, hay poca interacción entre los médicos que hacen investigación clínica y los que hacen investigación básica. “Habría que mejorar mucho esa relación”, concluye la investigadora